Fotografía: Robert Doisneau |
Salí de mi nueva casa preparada para la lluvia. Caía tan fuerte que no
podía sostener el paraguas, el aire conseguía arrancármelo de las manos y
doblarlo. Me paré delante del semáforo en rojo y esperé a que el muñequito
verde apareciera, lamentando profundamente haber salido aquella mañana. Por fin
el semáforo me daba la preferencia y cruce la calle. Al llegar a la acera me
sobresaltó el chirriar de unos frenos, miré para atrás y vi como un coche que
iba demasiado rápido había frenado bruscamente en el semáforo. ¡Van cómo locos!
Pensé al momento que doblaba la esquina y me topé con un hombre corpulento que
se me cayó encima sin sentido. Caí al suelo y maldije mi suerte. Estaba
dolorida y mojada, aquel estúpido, del mismo modo que se abalanzó sobre mí
desapareció sin ni siquiera pedirme perdón. Deseé llegar a la sucursal bancaria
para poder acabar con mis tareas e irme a casa. Por fin llegué a mi destino y
con bastante desgana, me atendió una antipática señorita que parecía que
estaba allí tan solo para amargar la vida a los ciudadanos. No solucioné nada,
esa chica era medio boba y no entendía mis palabras, parecía que hablábamos
diferentes idiomas. ¡Qué mal me estaba saliendo todo! Y eso que había
despertado contenta. Todavía me quedaban las compras, que serían especiales para
mi particular cena y deseé encontrar todo lo que buscaba porque estaba tan
cansada que sólo podía pensar en llegar a casa y descansar.
El mercado estaba cerrado. ¡No era posible! Huelga de comerciantes. ¡Pero
esta gente estaba loca! ¡Un viernes por la mañana y cerraban! ¡Esto se iría a
pique! ¿Qué iba a hacer ahora? Una de dos, o me iba a la tienda de chinos que
estaba al lado de mi casa y que seguro que pasaba de la huelga o... No habría cena.
Con la moral por los suelos y calada hasta los huesos llegue a la tienda china
y cuál no sería mi sorpresa al comprobar que también estaba cerrada. Esto
significaba el fin, era el fin de mi cena. Me dirigí a casa tan triste como
agotada e introduje la llave, pero algo no funcionaba bien, la llave daba vueltas
sin parar y me era imposible abrir la puerta. Destrozada caí al suelo y me
senté allí. No recuerdo cuanto tiempo pasé en aquella posición, esperando, aunque
no sabía el qué. Lo único que recuerdo es que mi vecina me zarandeó obligándome
a reaccionar y que me decía que allí no podía estar. Pero, ¿es que no me
reconocía? ¿Qué clase de locura era esa? Traté de explicarle que mi llave no
abría al tiempo que la intentaba convencer de que yo era la dueña de la
casa. Pero vi en sus ojos que era una tarea inútil. Absurda realidad, ¿qué me
estaba pasando? Todo era un mal sueño, estaba segura, tenía que serlo, sino, no
se explicaba nada. Yo misma hacía unas horas que había salido de aquella casa,
la había cerrado con la llave que llevaba en mi bolso y ahora esa llave no
abría y mi vecina decía no conocerme. Aturdida salí de allí, deambulé sin
sentido, me aproximé sin darme cuenta a un hospital y cuando me quise dar cuenta
estaba en una cama. Más tarde, alguien que decía ser de mi familia me contó que
un coche me atropelló una mañana de viernes en la que me dirigía a trabajar a
la sucursal bancaria. Recibí un fuerte impacto y parece ser que creé en mi
mente una vida que no era la mía, mi verdadera vida la había olvidado. Ahora,
recuperada ya de mis lesiones, intento vivir esa vida que soñaba y que el
accidente me reveló. Sin embargo, no me está siendo fácil pues cada día lucho
por conseguir un equilibrio entre lo que soy y entre lo que fui.
Me gusta, espero ansiosa el dia en que escribas un libro porque seria la pirmera en leerlo ya que me encantan tus relatos y se que me engancharia desde el primer parrafo.
ResponderEliminarEnhorabuena sigue escribiendo asi de bien y gracias por hacernos pasar un rato ameno.
Gracias a ti por tu comentario¡Qué bonito!
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